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  • Centenario del Patriarcado Ortodoxo Rumano

    Centenario del Patriarcado Ortodoxo Rumano

    Para detallar el significado simbólico del segundo momento, el centenario, hablamos con el historiador Dragoș Ursu, del Museo Nacional de la Unión en Alba Iulia:

    «Después de las unificaciones de Besarabia, Bucovina y Transilvania en 1918, nos hallamos en un momento eclesiástico en el que la Iglesia Ortodoxa Rumana era la más relevante. Al menos así fue desde el punto de vista cuantitativo, y no solo en aquella época, porque sabemos que en la Rusia soviética hubo todo un proceso de represión de la Iglesia, quedando la Iglesia rusa casi abolida. Así, la ortodoxia rumana era la más fuerte en ese momento y se planteó, en primer lugar, el problema de la unificación de la iglesia. En 1918, después de la formación de la Gran Rumanía, teníamos cuatro tradiciones eclesiásticas diferentes: la de la Monarquía, la Metrópoli de Transilvania, la Metrópoli de Bucovina, que pertenecía al lado austriaco del dualismo austro-húngaro, y la Metrópoli de Besarabia, sometida durante más de 100 años a la rusificación. De alguna manera, estas cuatro tradiciones tenían que ser unidas. Fue un proceso que se llevó a cabo con éxito durante seis años, finalizando en 1925. Junto a las unificaciones eclesiásticas, estaba también la cuestión de la proclamación del Patriarcado rumano, una iglesia de tal magnitud, con más de 15 millones de creyentes, que en aquel momento era, diría obviamente y teniendo en cuenta nuestro patriotismo local, la iglesia ortodoxa más vigorosa. El Patriarcado Ecuménico estaba bajo la presión de los turcos, de la nueva república turca, y la Iglesia rusa estaba bajo la presión del estado soviético. Así que la ortodoxia rumana era la más fuerte y merecía este estatus de patriarcado».

    Finalmente, el año 1925 iba a ser el año de la culminación de un proceso que consagró simbólica, política y administrativamente a la nueva entidad. Dragoș Ursu nos cuenta:

    «El año comienza con la sesión sinodal del 4 de febrero de 1925 cuando, a propuesta del metropolitano Nectarie de Bucovina, se aprueba la decisión sobre la elevación al rango de patriarcado. Luego, pasa por el Senado y el Parlamento la aprueba. En el verano y el otoño de 1925, en agosto y septiembre, el Patriarcado Ecuménico emitió la ley de reconocimiento, desde su punto de vista, de la Iglesia que hasta entonces había protegido a la Iglesia ortodoxa rumana. Y el 1 de noviembre de 1925 tuvo lugar la ceremonia simbólica de la entronización del Metropolitano Primado Miron Cristea como Patriarca de Rumanía. En lo que llamamos la elevación al rango de Patriarcado, este proceso abarca dos elementos: por un lado, la unificación eclesiástica de las cuatro tradiciones institucionales ortodoxas después de las uniones políticas de Besarabia, Bucovina y Transilvania con el Reino de Rumanía en 1918 y, por otro lado, implícitamente, el reconocimiento de esta nueva Iglesia, mucho más grande y mucho más fuerte, a nivel de toda la Ortodoxia europea y mundial, elevándola al rango de Patriarcado».

    Hemos preguntado a Dragoș Ursu cómo resumir los méritos de los seis patriarcas ortodoxos rumanos hasta ahora:

    «Si hacemos un breve repaso, con una sola frase, de los patriarcas, podemos decir que Miron Cristea fue el patriarca de la unificación y el primer patriarca de la Iglesia ortodoxa que sentó las bases para el desarrollo institucional y teológico-educativo de la Iglesia. Nicodim Munteanu, el segundo patriarca, es el patriarca de la guerra y las dictaduras. Su patriarcado de 9 años tuvo esta desgracia, entre 1939-1948, se solapó con todas las dictaduras, la de Carol II, de los legionarios, de Antonescu, de la guerra y el periodo comunista; con el comunismo llegó también su fin. Tenemos la controvertida figura de Justiniano Marina, visto como el Patriarca Rojo que colaboró con el régimen comunista, por un lado; por otro lado, recordada desde la perspectiva de la Iglesia como la que logró salvar a la Iglesia en el sentido de consolidación institucional para enfrentar la presión del régimen comunista. Luego, tenemos al Patriarca Justino con un patriarcado corto, también de 9 años, en el que tuvo iniciativas más bien teológico-culturales, iniciando proyectos relacionados con la teología de la Iglesia. Pero también tuvo la desgracia de la presión del régimen de Ceaușescu, del inicio de la sistematización de Bucarest y de la demolición de iglesias. Y luego tenemos la figura del patriarca Teoctist, de la misma manera, bajo una luz ambivalente, en una posición ambigua: por un lado, vincula su nombre al fin del comunismo y al acercamiento al régimen de Ceaușescu, pero, al mismo tiempo, también fue el patriarca de la transición, de la integración europea. Si lo pensamos bien, fue el patriarca durante el cual el Papa Juan Pablo II vino a Rumanía, esa visita simbólica en 1999, la primera visita de un Papa a un país mayoritariamente ortodoxo. Por último, pero no menos importante, tenemos la figura del patriarca actual. Es difícil evaluar a alguien que todavía está vivo, es más difícil para el historiador evaluar el presente. Pero podemos ver la figura del Patriarca Daniel como el que apoya el desarrollo de la Iglesia, especialmente en la diáspora, la Iglesia siguió a los rumanos en la diáspora. También se le puede atribuir el desarrollo de la Iglesia en Besarabia, especialmente en el contexto actual de la guerra. Vemos que la ortodoxia rumana en Besarabia se consolida y esto es un buen augurio. Además, es el patriarca de la Catedral Nacional, este proyecto iniciado, previsto, desde Miron Cristea en 1925, desde el establecimiento del Patriarcado, y que tiene las posibilidades de cumplirse bajo el actual patriarca».

    La historia del centenario del Patriarcado ortodoxo rumano es la del siglo XX, tal como la gente lo ha vivido y los historiadores lo han investigado. Seguramente vendrán otros desafíos, a los que darán respuestas quienes los enfrenten.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Prisioneros soviéticos en Rumanía

    Prisioneros soviéticos en Rumanía

    Un año antes, en junio de 1940, tras dos ultimátum al gobierno rumano para que cediera, había ocupado Besarabia y el norte de Bucovina, territorios rumanos al este y al norte. Como en toda guerra, tras las operaciones militares también resultaron prisioneros.

    El ejército rumano capturó a 91 060 soldados soviéticos entre el 22 de junio de 1941 y el 23 de agosto de 1944. De ellos, el 90%, es decir, 82 057 personas, fueron enviadas a 12 campos de Rumanía. Según el diccionario compilado por los historiadores Alesandru Duțu, Florica Dobre y Leonida Loghin, titulado El ejército rumano en la Segunda Guerra Mundial, de los internados en los campos, 13 682 que eran de origen rumano de Besarabia y el norte de Bucovina fueron liberados. Otros 5223 murieron y 3331 lograron escapar.

    El 23 de agosto de 1944, Rumanía abandonó la alianza con Alemania y todavía había 59 856 prisioneros soviéticos en su territorio, de los cuales 2794 oficiales y 57 062 suboficiales y soldados. Étnicamente, 25 533 eran ucranianos, 17 833 rusos, 2497 calmucos, 2039 uzbekos, 1917 turcos, 1588 cosacos, 1501 armenios, 1600 georgianos, 601 tártaros, 293 judíos, 252 polacos, 186 búlgaros, 150 osetios, 117 azerbaiyanos y varias docenas de otras etnias en menor número.

    Los documentos muestran que los prisioneros soviéticos en Rumanía fueron tratados de acuerdo con la legislación internacional vigente. Al comienzo de la guerra, las condiciones eran precarias, lo que causó la mayoría de las muertes. Pero mejoraron rápidamente, y los informes de las comisiones de control del ejército rumano registraron progresos. Encarcelaron a los prisioneros soviéticos en campos, se les proporcionó alojamiento, comida, higiene y atención médica, se les interrogó y se les dio la oportunidad de trabajar.

     

    El coronel Anton Dumitrescu participó en el acto del 23 de agosto de 1944, siendo él y cuatro suboficiales los que arrestaron al mariscal Ion Antonescu y al viceprimer ministro Mihai Antonescu. En una entrevista de 1974 en el archivo del Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, recordó cómo, antes del arresto de Antonescu, le habían enviado a recopilar información sobre el centro de prisioneros soviéticos en Slobozia. Los servicios de inteligencia rumanos se habían enterado de que los alemanes lo estaban preparando como un lugar para iniciar operaciones contra el ejército rumano en caso de fracaso.

    «En Slobozia había un gran centro para prisioneros rusos. Los alemanes habían guarnecido todo el campo con tropas de Vlásov. Estas eran los rusos que, dirigidos por el general Vlásov, habían hecho un pacto con los alemanes. Y vestidos con uniformes alemanes, luchaban contra los rusos. O, por la información que teníamos, los alemanes querían estar seguros en ese centro por si nos pasaba algo para que los rusos de Vlásov hicieran un pacto con los rusos y lucharan contra nosotros. Había tenido contacto con las tropas de Vlásov en el Cáucaso cuando, de hecho, no sabían cómo rendirse porque los soviéticos los habrían matado. Estaban muy decididos a luchar. Toda la zona estaba llena de refugiados de Moldavia y Besarabia y no vi a ningún Vlásov».

    El ingeniero Miron Tașcă trabajó en la fábrica franco-rumana de Brăila, que tenía una producción mixta, civil y militar. En 1995, Tașcă se acordó de los prisioneros soviéticos que habían trabajado en la fábrica de Brăila y de lo que les ocurrió tras la entrada de los soviéticos en Rumanía.

    «Durante la guerra, también trabajamos en la fábrica de Brăila con varios prisioneros. Los trataban muy bien y no trabajaban en máquinas, hacían trabajos manuales, descargaban y cargaban materiales y limpiaban. Los soviéticos liberaron a estos prisioneros y los llevaron a Rusia. En el momento en que se los llevaron, también supieron que tenían que irse. Uno de ellos, que me dijo que era uzbeko, me dijo que no quería volver a la URSS. Me pidió que hiciera todo lo posible para mantenerlo allí, era un chico trabajador, callado y tranquilo. Por supuesto, esto no fue posible. Los prisioneros fueron investigados, numerados, completamente controlados, y luego se fue, el pobre hombre. Pero fue él quien no quiso volver en absoluto. Probablemente otros que pensaban lo mismo tampoco lo querían. Probablemente no sabían lo que les esperaba entonces, pero este hombre dijo desde el principio que no quería volver».

    Cristinel Dumitrescu, alumno en la escuela militar durante la guerra, dijo en 1998 que antes de ver a los soldados soviéticos después de 1944, los había visto como prisioneros.

    «Había visto rusos antes, eran prisioneros. Había entre 10 y 20 prisioneros rusos en nuestro país que trabajaban libremente. Se alojaban en el puesto de gendarmes y se ocupaban de limpiar las carreteras, las zanjas, paraban en casas particulares y trabajaban allí, conseguían comida y demás. Después del 23 de agosto de 1944, los primeros en huir fueron estos rusos, pero no hacia el Este, sino hacia el Oeste. Porque sabían lo que venía».

    La historia de los prisioneros de guerra soviéticos en Rumanía es poco conocida. Es esa historia la que espera pacientemente llegar a la conciencia de la memoria pública.

    Versión en español: Mihaela Stoian