Category: Pro Memoria

  • 80 años desde la instauración del gobierno procomunista de Petru Groza

    80 años desde la instauración del gobierno procomunista de Petru Groza

    Una de las fechas con un significado profundamente negativo en la historia de la Rumanía contemporánea fue el 6 de marzo de 1945. En ese momento, tras la presión del emisario soviético Andrei Vâșinski, se instaló un gobierno formado por el Frente Democrático Nacional, una alianza liderada por el Partido Comunista Rumano (PCR), gobierno presidido por el jurista Petru Groza.
    Considerado por los historiadores como el ejecutivo más tóxico, el gobierno de Groza es responsable de la sovietización de Rumanía, de la transformación económica, política, social y cultural de un país libre y democrático a uno represivo y totalitario. A través de las medidas tomadas, el gobierno de Groza nacionalizó los medios de producción, varias instalaciones y viviendas privadas, modificó las leyes sobre el funcionamiento de las unidades económicas, abolió los partidos políticos y facilitó al poder judicial el encarcelamiento de cientos de miles de personas inocentes.
    En febrero de 1945, grupos de comunistas iniciaron acciones de protesta contra el gobierno dirigido por el general Nicolae Rădescu con el fin de desestabilizarlo y crear una crisis artificial. El deterioro del clima político de la época fue presentado en 1976 por Constantin Vişoianu, ministro de Asuntos Exteriores de ese gobierno, en Radio Europa Libre. Vişoianu recuerda la forma en que Andrei Vâşinski impuso al rey Miguel I la destitución de Rădescu.

    «En este ambiente y en medio de todo este alboroto, Vâşinski llegó a Bucarest el 26 de febrero de 1945. La Embajada Soviética me informó, como yo era en ese momento ministro de Asuntos Exteriores de Rumanía, que el señor Vâşinski quiere que el rey lo reciba al día siguiente. Aunque se trataba de una petición mal formulada, aconsejé al rey que aceptara. Al día siguiente tuvo lugar la primera audiencia de Vâşinski con el soberano, en la que yo también participé. Vâşinski comenzó a exponer lo que, en su opinión, significaba la situación en Rumanía en aquel momento, diciendo todo tipo de cosas falsas: que el gobierno no era suficientemente democrático, que no controlaba a las masas de ciudadanos, que no se esforzaba lo suficiente para mitigar las tensiones. Eran meros inventos, pero su tesis era que el gobierno no era lo suficientemente democrático y que había que cambiarlo. Pidió al rey que reemplazara al gobierno de Rădescu lo antes posible. Esta primera audiencia se llevó a cabo en un tono civilizado».

    El rey trató de posponer el reemplazo de Rădescu para ganar tiempo. Pero Vâşinski no estaba dispuesto a esperar. Siguió una segunda visita, menos amable, descrita por Constantin Vişoianu.

    «El 27 de febrero, Vâşinski volvió a pedir que el rey lo recibiera. Yo también estuve presente en esta audiencia. El tono de Vâşinski se volvió más brutal y declaró, en nombre de su gobierno, que la situación actual no podía continuar por más tiempo. “Su Majestad debe intervenir urgentemente y poner fin a este estado intolerable mediante el establecimiento de un gobierno más democrático”, comentó. Incluso exigió que el rey obligara inmediatamente a Rădescu a dimitir e instalara un gobierno más democrático. El rey le explicó que el gobierno era lo más democrático posible, ya que había representantes de los partidos más importantes, incluidos los comunistas, y que contaba con el apoyo de toda la nación rumana. Vâşinski respondió al rey que el gobierno de Rădescu no es democrático, sin aportar argumentos. Intervine y le expliqué a Vâşinski el mecanismo político y constitucional de Rumanía, diciéndole que nuestro rey es constitucional y que no puede nombrar a los miembros del gobierno, tarea que corresponde a los partidos políticos. Insistió, exigiendo que se formara un gobierno de masas de inmediato. Y con eso abandonó la audiencia».

    La tercera audiencia de Vâşinski con el rey fue el principio del fin de la democracia rumana. Constantin Vişoianu nos cuenta:

    «Al día siguiente, el 28 de febrero, Vâşinski pidió una nueva audiencia con el rey, a las 15:30 horas. Una vez más, también estuve presente en la reunión. Esta vez, el tono de Vâşinski fue extremadamente violento. Dijo: “He venido a conocer la decisión de Su Majestad”. El rey respondió que había informado al gobierno de los deseos del representante soviético y que se estaban llevando a cabo negociaciones con los representantes de los partidos. Vâşinski dijo: “Esto no es suficiente, considero que el gobierno de Rădescu es un gobierno fascista y debe ser eliminado”. Comenzó a amenazar diciendo que la situación es muy grave y que el nuevo gobierno debe instalarse a las 18:00 horas, es decir, en dos horas. Se levantó, golpeó la mesa con el puño y salió, dando un portazo tan fuerte que el yeso que la rodeaba se agrietó. Así terminó la tercera audiencia, en la que traté de explicar a Vâşinski que el rey no podía destituir al gobierno sin consultar a los líderes de los partidos que lo componían. Vâşinski respondió con falsa cortesía que no había venido a hablar con el ministro de Asuntos Exteriores, sino con el rey. También informé a los representantes británicos y norteamericanos de la actitud del representante soviético, ya que Vâşinski hablaba en nombre del Consejo de Control Aliado, que incluía a las potencias aliadas. Desafortunadamente, la política seguida en ese momento por los estadounidenses y los británicos no fue de mucha ayuda para nosotros».

    El nombramiento de Petru Groza en un gobierno favorecido por los comunistas fue el precio de evitar el derramamiento de sangre. Pero también fue el momento en que el norte de Transilvania volvió a estar bajo la administración rumana, el 9 de marzo de 1945, territorio que había sido cedido en 1940 a Hungría siguiendo el dictado de Viena.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • El programa Reflector

    El programa Reflector

    La historia de la prensa durante los años comunistas también tiene un pequeño capítulo, un tanto honorable, en el que los periodistas intentaron aplicar la ética profesional y ser la voz de la sociedad. El periodo entre 1966 y 1971 fue el mejor para la prensa bajo el régimen comunista, y algunas producciones tuvieron éxito entre el público. Fue el caso del programa de televisión Reflector, en el que se exponían al juicio público las disfunciones institucionales y los abusos de políticos o directivos. Reflector fue un intento de periodismo responsable, pero con límites. La ideología del Partido Comunista Rumano era intangible, al igual que la naturaleza del poder estatal y del orden social y político. Intangibles eran también la persona del líder Nicolae Ceauşescu, su familia y allegados, los altos militantes del partido, el ejército, el aparato represivo formado por la Milicia y la Securitate, los que trabajaban en la judicatura y los del sector financiero y bancario. En general, el Reflector se ocupaba de los abusos y disfunciones de la economía de consumo.

    Reflector debutó en 1967 y seguía el modelo de programas similares de la prensa occidental. La apertura de la Televisión Rumana a Occidente se debió a los periodistas Silviu Brucan, presidente de la cadena, influido por los medios estadounidenses, y Tudor Vornicu, antiguo corresponsal en Francia y familiarizado con los medios franceses. El periodista Ion Bucheru, vicepresidente de la Televisión Rumana en aquella época, fue quien coordinó el equipo que realizó el programa. En una entrevista realizada por el Centro de Historia Oral de la Radiotelevisión Rumana en 1997, Bucheru reveló qué hizo que fuera un éxito.

    «Yo me encargué del programa Reflector por parte de la dirección de la institución. En aquella época, el Reflector de la Televisión, que se emitía dos veces por semana, y la Investigación Social, que se emitía al menos una vez cada dos semanas, el Reflector, que duraba entre 20 y 25 minutos, y la Investigación, de hasta 50 minutos e incluso una hora, se habían convertido en una institución social. La gente acudía al Reflector y a la Investigación Social. Las cinco personas que habitualmente hacían el Reflector, eran como fiscales que ejercían su profesión con un mandato social. Tenían correspondencia personal, simplemente eran llamados por personas que no tenían otra esperanza o por instituciones que habían agotado incluso las posibilidades legales de resolver disputas con particulares, con otras instituciones».

    Aparecer en televisión en aquella época, y especialmente en casos escandalosos de abuso, incompetencia o indiferencia en la gestión del erario público, era un mal presagio para cualquiera. Por eso el nombre del Reflector causaba pánico cada vez que se pronunciaba. Ion Bucheru:

    «Llegamos a este punto: terminábamos el programa Reflector con una imagen y un texto. La imagen mostraba un coche negro que se alejaba entre un reguero de gases de escape o polvo, y el texto decía: “En este coche, el camarada ministro Fulano sale del ministerio, probablemente con prisa para asistir a una reunión, tanta prisa que no tuvo tiempo de hablar con el productor de Reflector que le pidió su opinión sobre este asunto que ustedes han visto y que se desarrolla dentro del perímetro de sus responsabilidades.” Esto se decía con frecuencia en la cadena. Cuando un director de empresa o un viceministro se enteraba o era informado por teléfono de que el Reflector había llegado a los locales o de que alguien del Reflector había llamado para decir que vendrían mañana o pasado mañana a filmar, ¡no se imaginan el ruido que se armaba!».

    El momento en que, en julio de 1971, el propio Nicolae Ceaușescu enunció sus famosas tesis supuso un giro de 180 grados respecto a la apertura anterior. Fue una vuelta a la dureza de los años estalinistas, una gran sorpresa para los países del mundo libre que hasta entonces habían apreciado la postura del líder rumano. Ese retorno también influyó en el Reflector, que poco a poco fue perdiendo incisividad e interés. Ion Bucheru:

    «Las Tesis de julio brotaron de la mente, la cabeza y la pluma de Ceaușescu a raíz de un escándalo televisivo. Era el momento en que, después del ´68, Ceaușescu había recorrido la máxima pendiente ascendente de popularidad, de prestigio nacional e internacional. Era el momento en que, internacionalmente, Rumanía era considerada la maravilla del mundo en este rincón de Europa. Era una época en la que los jefes de Estado abrían sus puertas a Rumanía, incluso los más conservadores, incluso aquellos que hasta entonces habían rechazado cualquier idea de recibir a Ceaușescu o de conferirle los honores de un jefe de Estado. Era una época en la que si decías que eras un periodista rumano en el extranjero -y lo he vivido en primera persona y puedo decirlo con conocimiento de causa- te miraban no con simpatía, sino con una especie de hermandad. Íbamos sin herramientas, sin equipo, sin dinero, sin posibilidades logísticas, porque éramos pobres, estábamos mal equipados y muy mal pagados. Pero había tal ola de simpatía a nuestro alrededor que se puso a nuestra disposición mucho de lo que no teníamos, y ellos tenían mucho».

    Disuelto a mediados de los ochenta, cuando el programa de televisión había alcanzado las dos horas de duración, Reflector volvió a resurgir después de 1989. Pero en el nuevo ambiente de libertad, nunca alcanzó el mismo nivel de popularidad.

    Versión en español: Monica Tarău

  • La cárcel de Aiud

    La cárcel de Aiud

    La triste fama de la ciudad de Aiud, con una población de unas 22 mil personas, viene dada por la cárcel que allí se encuentra. Uno de los grandes centros de detención política de los años del régimen comunista, lo ocurrido en Aiud llamó la atención de los rumanos después de 1989. Tras 35 años, una crónica histórica de la penitenciaría de Aiud, escrita por el historiador Dragoș Ursu del Museo Nacional de la Unión en Alba Iulia, es una publicación bienvenida.

    «La oposición de la sociedad rumana al comunismo, al régimen comunista que se estableció después de la Segunda Guerra Mundial, fue una oposición, en primer lugar, de carácter político. Esto se debe a que la sociedad rumana, los partidos políticos, lo que genéricamente llamamos sociedad civil, los rumanos en su conjunto, veían en el comunismo un enemigo que amenazaba la existencia misma de la democracia rumana y del Estado rumano. Era un régimen impuesto por el ocupante soviético, con un régimen ilegítimo y criminal. Así que, en primer lugar, la oposición al régimen comunista era política y esto llevó a los opositores al régimen a las cárceles, en la mira de la Securitate y de la represión comunista y así llegaron a Aiud. La reeducación es una forma de confrontación política entre el régimen y los detenidos, porque el régimen se relaciona con los detenidos no solo como personas privadas de libertad en detención administrativa, sino como enemigos del pueblo. Tuvieron que seguir siendo reprimidos en detención, sometidos a un régimen de deshumanización a través de un proceso de reeducación política, reestructuración política y reeducación psicológica».

    Los detenidos de la prisión de Aiud eran varios, pero esta era conocida como la cárcel de los legionarios. Dragoș Ursu nos cuenta:

    «Cuantitativamente, Aiud es quizás la prisión más espaciosa, si hablamos de la capacidad de retención. Hasta 3600 a 4000 personas podían entrar a la vez, y durante la detención comunista en Aiud había unos 14.000 detenidos. Y en el plan, digamos, cualitativo, en primer lugar, en 1948, cuando se hizo una categorización, una división de las cárceles, la prisión Aiud estaba reservada para los presos que llamamos intelectuales, o más bien por profesión intelectual: funcionarios, personas con profesiones liberales e intelectuales, junto con lo que llamamos genéricamente criminales de guerra condenados después de la Segunda Guerra Mundial. Y a nivel político, digamos, en términos de pedigrí político, sí, Aiud es conocida como la prisión de los legionarios, de los que tienen un pasado político legionario, pero esto es así sobre todo durante la reeducación. A lo largo de la detención no fue exactamente así, formaron una mayoría bastante relativa. En Aiud, por supuesto, también fueron encarcelados los miembros de los otros partidos políticos, liberales, campesinos, oficiales del antiguo Ejército Real, campesinos que se oponían a la colectivización, miembros o aquellos que lucharon en las montañas en la resistencia armada».

    Junto con Pitești, Gherla y Canal, también tuvo lugar en Aiud la llamada reeducación, una de las formas extremas de brutalidad con las que fue tratado el ser humano por un régimen que afirmaba ser el mayor amante de las personas. Sin embargo, Dragoș Ursu también notó diferencias entre los tipos de reeducación.

    «Podemos ver en el espejo la ciudad de Pitesti, el fenómeno de la reeducación, que luego se extiende a Gherla y Canal, el fenómeno de la reeducación violenta por excelencia de la violencia extrema. Por otro lado, en Aiud estamos hablando de la reeducación tardía después de la segunda ola de represión, después de la revolución húngara, en la que el régimen utiliza más bien medios e instrumentos relacionados con la reeducación psicológica, la guerra psicológica, la reeducación cultural. Por lo tanto, no utilizan directa y abiertamente la violencia, la tortura y por razones muy prácticas: los detenidos que se convirtieron en sujetos de reeducación eran personas que llegaron después de 10-15 años de detención y estaban agotados a nivel físico, mental y moral. Así, cualquier forma mínima de tortura, de violencia física, los habría eliminado, habrían muerto en la reeducación y, por lo tanto, el proceso ya no habría logrado su objetivo. Y esto es lo que hace a Aiud decisivamente diferente. Si Pitesti fue una reeducación violenta, Aiud es más bien una reeducación en el ámbito psicológico, ideológico, cultural con el que el régimen trata de atraer a los presos a su lado, o más bien de hacerles desenmascarar su propio pasado político. De esta manera, se comprometieron moralmente ante sí mismos y ante sus compañeros de prisión, de modo que, en vista de su liberación, ya no podían reactivarse políticamente, no podían reanudar la actividad política».

    ¿Cuál es el legado de Aiud en la memoria colectiva? Dragoș Ursu nos cuenta:

    «La reeducación en Pitești, a través de una violencia extrema, de una brutalidad y un instrumento de bestialidad que a veces supera nuestra imaginación, ha absuelto a las víctimas. Porque, frente a la violencia extrema, la naturaleza humana cede en su mayor parte. Y luego, incluso en el plano de los recuerdos, de las declaraciones conmemorativas de los que sobrevivieron, los que usan esta expresión, un tanto injusta por nuestra parte hoy en día, “cayeron en la reeducación y se reeducaron a sí mismos”, son absueltos moralmente precisamente porque la violencia extrema lo garantiza. Por otro lado, en Aiud, precisamente porque la reeducación era más bien psicológica, se rompió la unidad de la memoria. Y vemos cómo los memorialistas, los sobrevivientes, polemizan, transmiten el sentimiento de culpa de aquellos que de alguna manera se pusieron del lado del régimen. Esto sitúa la reeducación en Aiud en un ámbito diferente. Y, de alguna manera, desde este punto de vista, podemos decir que el régimen logró sembrar las semillas de la desconfianza y la tensión entre los detenidos, luego en la reeducación y luego a nivel de las memorias, en los que sobrevivieron y escribieron las líneas. Lo cual no es el caso de Pitești porque allí la memoria es mucho más unitaria y los detenidos se entienden porque han pasado por una violencia extrema. En cambio, Aiud es de alguna manera diferente».

    La cárcel de Aiud cuenta ahora con una monografía que trae de vuelta a la actualidad una época y un lugar de lo inhumano en el que sobresalió el régimen comunista.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Pro Memoria: Demolición del patrimonio religioso de Bucarest

    Pro Memoria: Demolición del patrimonio religioso de Bucarest

    La historia del patrimonio religioso de Bucarest en el siglo XX, especialmente la de su segunda mitad, fue uno de los golpes mortales infligidos por el régimen comunista. Las pérdidas de patrimonio fueron grandes e irrecuperables, entre ellas el famoso monasterio de Văcărești, el monasterio ortodoxo más grande del sudeste de Europa, que se derribó sin dudar. En la mayoría de las historias de herencia religiosa perdida entre los años 50 y 80, se puede ver esa actitud de desprecio y arrogancia que el régimen y sus activistas tenían hacia el pasado de Rumanía.

    La historiadora Speranța Diaconescu trabajó en la Oficina del Patrimonio Cultural Nacional de Bucarest. En 1997, entrevistada por el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, muestra cómo fue el tratamiento que el régimen aplicaba a la herencia religiosa que lo irritaba.

     

    «Las cosas siguieron una curva ascendente, pero fue un continuo en el sentido de que las demoliciones comenzaron al principio del régimen y se intensificaron a lo largo del mismo. En concreto, con la construcción de varias áreas nuevas de la capital, las etapas de construcción también incluyeron demoliciones de objetivos importantes, históricos y arquitectónicos que no fueron protegidos. Y esto fue así desde el principio, con la iglesia de Stejarului en la Plaza del Palacio, que se derrumbó cuando se construyó el Salón del Palacio y todo el complejo de viviendas allí. Esta política también se aplicó en el período de los años 50 y 60. Pero luego hubo algunos de gran magnitud cuando se iniciaron construcciones en un área grande, el área del Centro Cívico, que no solo era un espacio grande, sino un área con una tradición histórica de Bucarest. La zona incluía muchas iglesias, muchas casas antiguas, y luego la pérdida por el patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad de Bucarest fue muy grande».

     

    El colmo del desprecio se alcanzó en los años 80 cuando comenzó la llamada política de sistematización urbana de Bucarest. En ese momento, el patrimonio religioso ubicado en el nuevo centro cívico que Nicolae Ceaușescu estaba construyendo sobre la antigua ciudad de Bucarest fue demolido o trasladado.

    Speranța Diaconescu también recuerda el caso de la iglesia de Pantelimon, ubicada en una isla en el extremo oriental de Bucarest, demolida en 1986.

     

    «Se trataba de la excavación arqueológica, la limpieza del lugar, el rescate de piezas importantes del patrimonio y la demolición en sí. Estas serían las etapas. El problema que surgió fue que allí estaba el monumento funerario de Alexandru Ghica y algunos marcos, la inscripción de la iglesia de 1752, una lápida del siglo XVIII, marcos de puertas, la columna de la iglesia de Pantelimon, un candelabro de piedra y madera, pintado y dorado, que era algo más especial y creo que único, de 1752. Se encontraba en la cabecera del monumento funerario del gobernante Alexandru II Ghica, que también tenía allí su lápida. Todas ellas estaban muy bien elaboradas en un estado de conservación bastante bueno».

     

    El desprecio por el patrimonio estaba muy extendido, desde los responsables de la toma de decisiones hasta los simples trabajadores. Speranța Diaconescu nos cuenta:

     

    «Al recoger la lápida, encontraron el sarcófago de Alexandru Ghica. Y entonces intervino algo extraño y desagradable. Pensaron en hacer una investigación arqueológica con este cadáver, estando muy bien embalsamado, en un ataúd de plomo y en un ataúd de madera. A través del visor que tenía el ataúd de plomo, se vio que el cuerpo estaba bastante bien conservado. Carbonizado pero bien conservado. Y entonces se deshizo el ataúd de plomo, se deshizo el ataúd de madera y empezaron a tomarle medidas, a quitarle la camisa, a quitarle el cinturón para ver si había un medallón de oro o si había algo de oro debajo del cinturón. Había toda una comisión presente. Estaban muy indignados de que solo tuviera una cruz y un anillo. Se trataba de un pretendiente al trono de los Principados Unidos, toda una personalidad, ¿cómo podía tener encima tan poco? Lo cierto es que se decidió llevar el ataúd al museo, porque pertenecía al museo, y lo que quedaba del pobre gobernante se metió en una bolsa de plástico y se dejó en un arbusto. Que empezaba a oler mal. Y junto con un colega, tuvimos que luchar mucho para hacer un ataúd con unos tablones miserables y cavar un hoyo para él. Es cierto, también nos ayudó el sacerdote que estaba dispuesto a ceder uno de los lugares dentro del parque de la iglesia. También hicimos una especie de nuevo entierro. No se trata de que me pesara en la conciencia, pero me parecía tan injusto que este personaje de nuestra historia sufriera algo así que me sentí obligada a honrararlo».

    En la segunda mitad del siglo XX, el patrimonio religioso de Bucarest fue literalmente pisoteado, no solo en sentido figurado. Y lo que había entonces sobrevive hoy en día apenas en los documentos.

     

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Centenario del Patriarcado Ortodoxo Rumano

    Centenario del Patriarcado Ortodoxo Rumano

    Para detallar el significado simbólico del segundo momento, el centenario, hablamos con el historiador Dragoș Ursu, del Museo Nacional de la Unión en Alba Iulia:

    «Después de las unificaciones de Besarabia, Bucovina y Transilvania en 1918, nos hallamos en un momento eclesiástico en el que la Iglesia Ortodoxa Rumana era la más relevante. Al menos así fue desde el punto de vista cuantitativo, y no solo en aquella época, porque sabemos que en la Rusia soviética hubo todo un proceso de represión de la Iglesia, quedando la Iglesia rusa casi abolida. Así, la ortodoxia rumana era la más fuerte en ese momento y se planteó, en primer lugar, el problema de la unificación de la iglesia. En 1918, después de la formación de la Gran Rumanía, teníamos cuatro tradiciones eclesiásticas diferentes: la de la Monarquía, la Metrópoli de Transilvania, la Metrópoli de Bucovina, que pertenecía al lado austriaco del dualismo austro-húngaro, y la Metrópoli de Besarabia, sometida durante más de 100 años a la rusificación. De alguna manera, estas cuatro tradiciones tenían que ser unidas. Fue un proceso que se llevó a cabo con éxito durante seis años, finalizando en 1925. Junto a las unificaciones eclesiásticas, estaba también la cuestión de la proclamación del Patriarcado rumano, una iglesia de tal magnitud, con más de 15 millones de creyentes, que en aquel momento era, diría obviamente y teniendo en cuenta nuestro patriotismo local, la iglesia ortodoxa más vigorosa. El Patriarcado Ecuménico estaba bajo la presión de los turcos, de la nueva república turca, y la Iglesia rusa estaba bajo la presión del estado soviético. Así que la ortodoxia rumana era la más fuerte y merecía este estatus de patriarcado».

    Finalmente, el año 1925 iba a ser el año de la culminación de un proceso que consagró simbólica, política y administrativamente a la nueva entidad. Dragoș Ursu nos cuenta:

    «El año comienza con la sesión sinodal del 4 de febrero de 1925 cuando, a propuesta del metropolitano Nectarie de Bucovina, se aprueba la decisión sobre la elevación al rango de patriarcado. Luego, pasa por el Senado y el Parlamento la aprueba. En el verano y el otoño de 1925, en agosto y septiembre, el Patriarcado Ecuménico emitió la ley de reconocimiento, desde su punto de vista, de la Iglesia que hasta entonces había protegido a la Iglesia ortodoxa rumana. Y el 1 de noviembre de 1925 tuvo lugar la ceremonia simbólica de la entronización del Metropolitano Primado Miron Cristea como Patriarca de Rumanía. En lo que llamamos la elevación al rango de Patriarcado, este proceso abarca dos elementos: por un lado, la unificación eclesiástica de las cuatro tradiciones institucionales ortodoxas después de las uniones políticas de Besarabia, Bucovina y Transilvania con el Reino de Rumanía en 1918 y, por otro lado, implícitamente, el reconocimiento de esta nueva Iglesia, mucho más grande y mucho más fuerte, a nivel de toda la Ortodoxia europea y mundial, elevándola al rango de Patriarcado».

    Hemos preguntado a Dragoș Ursu cómo resumir los méritos de los seis patriarcas ortodoxos rumanos hasta ahora:

    «Si hacemos un breve repaso, con una sola frase, de los patriarcas, podemos decir que Miron Cristea fue el patriarca de la unificación y el primer patriarca de la Iglesia ortodoxa que sentó las bases para el desarrollo institucional y teológico-educativo de la Iglesia. Nicodim Munteanu, el segundo patriarca, es el patriarca de la guerra y las dictaduras. Su patriarcado de 9 años tuvo esta desgracia, entre 1939-1948, se solapó con todas las dictaduras, la de Carol II, de los legionarios, de Antonescu, de la guerra y el periodo comunista; con el comunismo llegó también su fin. Tenemos la controvertida figura de Justiniano Marina, visto como el Patriarca Rojo que colaboró con el régimen comunista, por un lado; por otro lado, recordada desde la perspectiva de la Iglesia como la que logró salvar a la Iglesia en el sentido de consolidación institucional para enfrentar la presión del régimen comunista. Luego, tenemos al Patriarca Justino con un patriarcado corto, también de 9 años, en el que tuvo iniciativas más bien teológico-culturales, iniciando proyectos relacionados con la teología de la Iglesia. Pero también tuvo la desgracia de la presión del régimen de Ceaușescu, del inicio de la sistematización de Bucarest y de la demolición de iglesias. Y luego tenemos la figura del patriarca Teoctist, de la misma manera, bajo una luz ambivalente, en una posición ambigua: por un lado, vincula su nombre al fin del comunismo y al acercamiento al régimen de Ceaușescu, pero, al mismo tiempo, también fue el patriarca de la transición, de la integración europea. Si lo pensamos bien, fue el patriarca durante el cual el Papa Juan Pablo II vino a Rumanía, esa visita simbólica en 1999, la primera visita de un Papa a un país mayoritariamente ortodoxo. Por último, pero no menos importante, tenemos la figura del patriarca actual. Es difícil evaluar a alguien que todavía está vivo, es más difícil para el historiador evaluar el presente. Pero podemos ver la figura del Patriarca Daniel como el que apoya el desarrollo de la Iglesia, especialmente en la diáspora, la Iglesia siguió a los rumanos en la diáspora. También se le puede atribuir el desarrollo de la Iglesia en Besarabia, especialmente en el contexto actual de la guerra. Vemos que la ortodoxia rumana en Besarabia se consolida y esto es un buen augurio. Además, es el patriarca de la Catedral Nacional, este proyecto iniciado, previsto, desde Miron Cristea en 1925, desde el establecimiento del Patriarcado, y que tiene las posibilidades de cumplirse bajo el actual patriarca».

    La historia del centenario del Patriarcado ortodoxo rumano es la del siglo XX, tal como la gente lo ha vivido y los historiadores lo han investigado. Seguramente vendrán otros desafíos, a los que darán respuestas quienes los enfrenten.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Relaciones diplomáticas entre Rumanía y Japón

    Relaciones diplomáticas entre Rumanía y Japón

    Hasta el siglo XX, cuando la globalización lo acercó todo, las personas tenían una atracción natural hacia sus parientes más lejanos. Querían conocer sus costumbres, aprender su idioma y conocer sus mentalidades.

    Rumanos y japoneses se conocen formalmente desde hace unos 125 años, los escritos del viajero rumano Nicolae Milescu Spătarul sobre los japoneses en la segunda mitad del siglo XVII son de una época en la que el movimiento de personas era limitado.

    A principios del siglo XX, más precisamente en 1902, el embajador japonés inició contactos en Viena con la parte rumana y expresó su deseo de que se establecieran relaciones bilaterales entre los dos países. Ese año se firmó un tratado comercial que constituiría la base legal para el desarrollo de la relación. Al estallar la Primera Guerra Mundial, Rumanía y Japón estaban en el mismo lado de las trincheras, en la alianza de la Entente. En agosto de 1917, Rumanía abrió su representación diplomática en Tokio, mientras que Japón hizo lo mismo en Bucarest cinco años después, en 1922. Entre 1922 y 1927, cerraron la legación rumana en Tokio debido a los recortes presupuestarios, pero después de 1927, cuando se reabrió la legación rumana, las relaciones funcionarían ininterrumpidamente hasta septiembre de 1944. En la Segunda Guerra Mundial, Rumanía y Japón volvieron a ser aliados, esta vez dentro del eje Roma-Berlín-Tokio.

    Después de la guerra, las relaciones se reanudaron en 1959 y Ion Datcu fue nombrado embajador de Rumanía en Japón en 1966. En 1994, entrevistado por el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, Datcu recordó que cuando llegó a la emisora no encontró a muchos funcionarios japoneses que supieran mucho sobre el país del que procedía.

    «En relación con Rumanía, me sorprendió el escaso conocimiento que había en los círculos parlamentarios, incluso entre los miembros del Gobierno. Sabían muy poco y recuerdo que, en ese momento, cuando estábamos discutiendo ciertos problemas, incluso europeos, no podían entender el hecho de que tuviéramos posiciones diferentes a las de la Unión Soviética. Veían esta parte de Europa como un bloque monolítico. De hecho, esto no era solo algo japonés, encontré lo mismo en los Estados Unidos. Pero quiero decir que los empresarios, en cambio, sabían, tenían intereses. Visitamos muchas empresas, ya estábamos comprando barcos, estábamos construyendo barcos, también bauticé algunos buques de carga de minerales y también se compraron barcos de pesca. Incluso las grandes empresas de equipos electrónicos estaban prospectando el mercado. Me di cuenta de esta diferencia interesante entre los políticos y los empresarios. Había una gran discrepancia».

    Pero Ion Datcu iba a tener una gran sorpresa en el encuentro con el soberano japonés.

    «El emperador Hirohito era un hombre extraordinariamente agradable, más allá de su aura de misticismo, era un hombre extremadamente cálido y cercano. Y me sorprendió mucho que el emperador supiera más sobre Rumanía que los miembros del gobierno en ese momento. Empezó a hablarme del delta del Danubio y era un gran especialista en fauna, sobre todo en peces. Y él realmente me enseñó esto, tenía algunos libros, y entonces le prometí “Su Majestad, haré todo lo que pueda” y cuando me fui de vacaciones traje algunos libros que encontré, con mapas del delta del Danubio, y se los di. Y siempre me preguntaba ¿cuánto durará este paraíso en Europa?” Y se me ocurrió la idea, le dije “tal vez pueda venir a ver el Danubio, el delta del Danubio y el mar Negro”, área que consideraba de gran interés para sus estudios. Probablemente había estudiado biología y se había instruido sobre varios animales acuáticos».

    Las relaciones rumano-japonesas estuvieron dominadas por cuestiones económicas. Ion Datcu llegó a decir que los japoneses habían inventado un nuevo tipo de diplomacia, la económica.

    «Mi mandato en Bucarest fue, de hecho, casi enteramente económico. En ese momento, teníamos la idea de modernizar una serie de capacidades industriales, entre ellas la fábrica de aluminio. Recuerdo que lo hicimos con una empresa, Marubeni, hicimos una flota, y estábamos tratando de exportarnos y hasta logramos exportar palanquillas a un país que producía acero de ciertos tipos y tamaños, producían rodamientos y muchos otros productos, hasta recuerdo una pasta de huevo. No era un interés político muy grande desde el punto de vista del gobierno rumano. En ese momento, Japón era un interés económico, y desde el punto de vista japonés fue el período de florecimiento de la llamada diplomacia económica. Inauguraron la diplomacia económica. Para mí, que había estudiado mucho estos aspectos, tenía la impresión de que la diplomacia económica no se puede hacer al margen de la política, al margen de los factores militares y demás, como es normal. La verdad es que los japoneses, de hecho, han desarrollado y refinado la diplomacia económica. ¿Qué significaba esto? Sus prioridades de política exterior y diplomacia fueron establecidas, aparte de los Estados Unidos, por el área vecina y en otros lugares, de acuerdo con los intereses económicos».

    Rumanía y Japón, dos países muy distantes entre sí, ya tienen una tradición centenaria de contactos bilaterales. Es una tradición que los mantiene unidos a través del pasado, pero también a través de los valores del presente.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • 50 años desde la firma del Acta de Helsinki

    50 años desde la firma del Acta de Helsinki

    Después de 1945, Europa quedó profundamente dividida, y las esperanzas de los europeos de que al final de la Segunda Guerra Mundial se volvería a la normalidad, tras deshacerse del fascismo, se hicieron añicos. El Telón de Acero que dividía Europa en Occidente, próspero y democrático, y Oriente, empobrecido y tiranizado por el comunismo, pasaba por el centro de Alemania y su capital, Berlín.

    Durante unas dos décadas, hasta finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, las dos Europas se habían odiado y las tensiones habían alcanzado un paroxismo, especialmente durante la crisis de los misiles de 1962. Pero si en Europa Occidental se puede ver la voluntad de esas naciones de formar parte de un sistema democrático, en Europa Oriental se pisoteó la voluntad de las naciones ocupadas por los soviéticos y empujadas con odio contra otros europeos. Las rebeliones anticomunistas en Polonia y Alemania Oriental en 1953, Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968, todas brutalmente reprimidas por los soviéticos, demostraron que los europeos orientales no querían ser enemigos de los europeos occidentales.

    Sin embargo, con el paso del tiempo y el cambio generacional, las actitudes también se modificarían. Los europeos, occidentales y orientales, tuvieron que encontrar la manera de vivir en paz e idearon nuevos conceptos como la distensión en las relaciones del viejo continente. Las nuevas mentalidades se materializaron en la creación de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE), un foro de debate sobre temas espinosos entre europeos. La capital de Finlandia, como país neutral, fue elegida para la primera reunión del foro en julio de 1973. Siguió otra reunión en Ginebra, en septiembre de 1973, y dos años más tarde, en agosto de 1975, se firmó en Helsinki el Acta Final, firmada en nombre de Rumanía por Nicolae Ceaușescu. Aunque tenía sobre todo relevancia europea, al final, 57 países, incluidos también algunos de América del Norte y Asia, firmaron el Acta.

    El diplomático y profesor Cristian Diaconescu, ex ministro de Relaciones Exteriores, describe los cambios en las relaciones europeas:

    «Desde los años 70, sin embargo, los dos bloques se esforzaron por calmar la situación y tratar de distenderla. Las negociaciones preliminares comenzaron en 1972 y gradualmente se acordó que esta conferencia en Helsinki del 1 de agosto de 1975 adoptaría un Acta Final que comprendía cuatro áreas, firmada por todos los estados europeos en ese momento, por Canadá y Estados Unidos, excepto Albania que no quería participar».

    Los 10 artículos del Acta también se conocen como el Decálogo de la Conferencia y se enuncian de la siguiente manera: igualdad de soberanías y respeto a los derechos que se derivan de ella; abstención de la amenaza de la fuerza o del uso de la fuerza; inviolabilidad de las fronteras; integridad territorial de los Estados; solución pacífica de controversias; no injerencia en los asuntos internos; respeto de los derechos humanos y los derechos fundamentales, incluida la libertad de pensamiento, conciencia, religión y creencias; igualdad de derechos y libre determinación para los pueblos; cooperación entre los Estados; confianza en el derecho internacional también. Cristian Diaconescu resume los principios de los que deriva el Decálogo.

    «El Acta Final de Helsinki abarcó cuatro ámbitos. La primera esfera es la esfera político-militar, que abarca obviamente la esfera política y militar, la integridad territorial, la definición de las fronteras, la solución pacífica de las controversias y la implementación de medidas para aumentar la confianza y la seguridad. El segundo ámbito se refiere a la dimensión económica. La tercera esfera, a la dimensión humanitaria y aquí, adecuada a los problemas actuales, hablamos de la libertad de migración, de la reunificación de las familias divididas por fronteras interiores, de los intercambios culturales y de la libertad de prensa. Y finalmente, el último capítulo fue en cuanto a la consagración de una periodicidad de mecanismos, debates y el estudio de la implementación. También ha habido reuniones de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, como las que se celebraron antes de 1990, en 1977 y 1978 en Belgrado, en 1980 y 1983 en Madrid y en 1986 y 1989 en Viena. Y llegamos a 1990, durante dos años, cuando la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) se convirtió en un marco multilateral institucionalizado en estos cuatro niveles. La OSCE, la CSCE en ese momento, era la única organización multilateral que debatía estos temas».

    Después de 1990, cuando una serie de revoluciones cívicas en 1989 barrió las tiranías comunistas en la mitad oriental de Europa, los nuevos cambios también tocaron el legado del Acta Final de Helsinki. Siguió siendo válido y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) apareció en lugar de la CSCE a través de un nuevo documento. Cristian Diaconescu nos habla:

    «Se aprobó el Documento de Viena. Este documento se refería exactamente a las medidas para fomentar la confianza y la seguridad. ¿Qué contenía este documento? La disposición a notificarse mutuamente en relación con las actividades militares, en relación con diversas acciones con connotaciones político-militares que pudieran generar una amenaza. Y luego, para no interpretar tal desarrollo de una forma u otra a través de las fronteras, era necesaria la alerta temprana».

    Desde la década de 1970, los europeos han sabido dar una nueva arquitectura de seguridad a su continente. Los desafíos de los años siguientes no faltaron, y los casos de la disolución de la desaparecida Yugoslavia, el más trágico de ellos, y el de la antigua Checoslovaquia pusieron a prueba la viabilidad de los principios y conceptos de seguridad y cooperación comunes.

    El legado del Acta Final de Helsinki ha reforzado la convicción de que la guerra no es una solución, pero hoy los europeos deben estar preparados para cualquier cosa.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • La ciudad inacabada de Bucarest

    La ciudad inacabada de Bucarest

    En Rumanía, las ciudades modernas comenzaron a desarrollarse según el modelo europeo después de la década de 1830. En esa época, algunas disposiciones del Reglamento Orgánico se referían a las medidas de planificación urbana que debían adoptarse para aumentar el nivel de vida de sus habitantes. La ciudad que marcó la pauta de los cambios fue la capital, Bucarest, que experimentó con las ideas que circulaban en diferentes épocas y que repercutió en las ciudades de la provincia. La microhistoria urbana de Bucarest es en gran medida la macrohistoria urbana de Rumanía, con visiones a menudo contradictorias de cómo debería ser la vida de las personas, que combinan inercia y mentalidades conservadoras con ambiciones y transformaciones innovadoras.

    De los escritos de quienes visitan Bucarest en diferentes períodos de su existencia moderna, aprendemos que era una ciudad cambiante donde Oriente y Occidente se encontraban. Era una ciudad que miraba a las grandes metrópolis europeas y pretendía estar al día con ellas y con las novedades de los tiempos. En la lista de los que han desempeñado el cargo de alcalde de la capital rumana figuran algunos nombres famosos: el revolucionario Dimitrie C. Brătianu de la generación de 1948, el periodista y político C. A. Rosetti, el escritor Barbu Ștefănescu Delavrancea, el político Vintilă Brătianu. Sin embargo, destacan dos nombres que gestionaron el desarrollo más consistente de la capital: el abogado y político liberal Pache Protopopescu, alcalde entre 1888 y 1891, y el abogado y político campesino Dem I. Dobrescu, alcalde entre 1929 y 1934. Los dos, alcaldes de los reyes Carol I y Carol II, los soberanos cuyos nombres están vinculados a las principales líneas de desarrollo de Bucarest, lograron movilizar recursos para grandes proyectos urbanos como, por ejemplo, las redes de calles, agua corriente, alcantarillado y transporte público, así como la sistematización de los ríos Dâmbovița y Colentina.

    A partir de 1945, el régimen comunista también ideó proyectos de desarrollo urbano. Durante este régimen se producen grandes cambios, pero también proyectos que incluso pueden considerarse antiurbanísticos. La ciudad se expande y gana altura, se construye verticalmente más de lo que se había construido anteriormente, y la afluencia de población rural atraída por el desarrollo de la industria aumenta, especialmente desde la década de 1970. Los dos líderes de la Rumanía socialista, Gheorghe Gheorghiu-Dej, de 1945 a 1965, y Nicolae Ceaușescu, de 1965 a 1989, también dejaron decisivamente su huella en la capital rumana.

    Ninguna ciudad está nunca acabada, sigue el curso de la vida de quienes la habitan y Bucarest no es una excepción. Cezar Buiumaci es un historiador de la ciudad de Bucarest, museógrafo en el Museo Municipal de Bucarest, preocupado por la planificación urbana y la historia de los monumentos públicos. Es responsable de la última publicación editorial, La ciudad inacabada, sobre las transformaciones profundas de la capital rumana durante los años del régimen socialista entre 1945 y 1989.

    «La ciudad inacabada es un proyecto inconcluso en el sentido de que hay tantos aspectos de los componentes de la ciudad, de las transformaciones, que un autor tiene que terminar la investigación en algún momento. Empecé la investigación porque personalmente quería entender qué le pasaba a esta ciudad. Era una mezcla de información insignificante en diferentes libros y artículos, ninguno que tratara real y objetivamente el período comunista, y los recuerdos de las personas que están corrompidas por ciertas influencias, especialmente por el paso del tiempo».

    Desde una aglomeración en las afueras del espacio otomano, la capital del principado de Valaquia, como era alrededor del siglo XIX, a lo que es hoy, han sucedido muchas cosas en Bucarest en 225 años. Ha pasado por desastres naturales como terremotos, incendios, epidemias, pero también los causados por la mano del hombre como revoluciones, guerras, ocupaciones militares y sistematización en la década de 1980. Cezar Buiumaci quería saber cómo los rumanos llegaron a tener la capital que tienen hoy y escribió un libro.

    «¿Qué le pasó a esta ciudad? ¿Qué pasa con todos estos barrios, con esta ciudad? ¿Cómo es que tenemos los barrios de Militari, Drumul Taberei, Crângași y otros, todos estos que rodean la ciudad vieja? Así es como traté de averiguar qué pasó y puse toda la información aquí para que todos pudieran entender por qué la ciudad está inconclusa y qué pasó a lo largo del tiempo en Bucarest. El historiador Răzvan Theodorescu dijo que Bucarest tuvo tres grandes fundadores: Carol I, Carol II y Ceaușescu. No estoy de acuerdo y digo que el tercer fundador no es Ceaușescu sino Dej. Esta ciudad se ha convertido en el tamaño de un país, está rodeada por varias otras ciudades, todos estos barrios son tanto como una pequeña ciudad, la ciudad dentro de la ciudad, fue construida en la época de Dej. Ceaușescu no es el fundador de esta ciudad, es él quien la destruyó y la deconstruyó de una manera que ya no se puede volver a armar. Además, no hubo coherencia y no se llevó a cabo ningún proyecto hasta el final, ningún proyecto de sistematización, ni siquiera el proyecto de destrucción se llevó a cabo hasta el final. La ciudad está inacabada desde muchos puntos de vista».

    La Bucarest de hoy es una ciudad en la que se han producido transformaciones tanto en su casco antiguo como en el interior. Los nombres de barrios antiguos como Cotroceni, Vatra Luminoasă, Dudești, Ferentari, Bucureştii Noi están en el vocabulario actual de los residentes de Bucarest junto con los nombres de barrios de los años del socialismo como Titan, Berceni, Drumul Taberei y los posteriores a 1989 como Brâncuși, Latino, Francés o Cosmopolis.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Centenario de la Federación Rumana de Ajedrez

    Centenario de la Federación Rumana de Ajedrez

    En el siglo XIX, los mejores jugadores de Europa se reunían en cafeterías donde jugaban sin límite de tiempo para una partida o una jugada, pero apostando por algo. En París había un famoso café, el Café de la Regence, y en San Petersburgo estaba el café Dominique, con salas de billar, damas y ajedrez. Competía con el café Reiter, situado a poca distancia, y en Moscú era famoso el café Pekín de la Plaza del Teatro. Los mejores jugadores de una cafetería famosa podrían considerarse ajedrecistas profesionales. En aquel entonces, no había clubes y las partidas de ajedrez solían jugarse en cafés, a veces por dinero.

    La historia del deporte de la mente en Rumanía celebró, a principios de 2025, el centenario de la Federación Rumana de Ajedrez. Pero este deporte ya se practicaba en Rumanía desde hace tiempo. Aunque formó parte del espacio otomano desde hace varios siglos, donde la práctica del ajedrez se remonta a la Edad Media, lo trajeron de Francia en los Principados rumanos alrededor de la revolución de 1848. Ștefan Baciu es ajedrecista e historiador de este deporte y nos ofrece más detalles sobre la práctica del ajedrez en Rumanía:

    «También se jugaba al ajedrez en los cafés del espacio rumano, entre los jugadores apasionados se encontraban personalidades de la época. Un rumano nacido cerca de Cernăuţi, George Marcu o Georg Marco, publicó en la revista especializada Wiener Schachzeitung una partida que había jugado contra su hermano, Mihai, en el café Europa de Cernăuţi. Y en los cafés de Bucarest, se jugaba al ajedrez con pasión. Se esperaba que Manolache Costache Epureanu, presidente del Consejo de ministros a finales del siglo XIX, asistiera a una reunión del gobierno, pero estaba jugando al ajedrez en un café, y la historia fue presentada en una viñeta por I.L. Caragiale. Los primeros clubes de ajedrez también se fundaron en los cafés. Así, en 1875, el violinista de origen austriaco Ludovic Wiest, profesor del Conservatorio de Bucarest, organizó el primer salón de ajedrez en Bucarest, en el café Concordia de la calle Smârdan, en el casco antiguo de Bucarest. En 1892 se fundó el primer club de ajedrez de Bucarest, en el café Kuebler. Las mujeres no tenían acceso a los cafés, pero los hombres adinerados tenían soluciones. Así, el industrial Basil Assan había montado un salón de ajedrez en la casa que poseía en Bucarest donde podía jugar con sus tres hijas».

    Entre los fundadores de este club se encontraba Hércules Anton Gudju, que estudió Derecho en París a principios de la década de 1880 y había ganado varios torneos poderosos en la capital francesa. El que participaría decisivamente en la fundación de la Federación Rumana de Ajedrez fue su hijo, Ion Gudju, miembro del Círculo de Ajedrez de Bucarest.

    En el verano de 1924, Ion Gudju, George Davidescu y Leon Loewenton habían jugado un torneo de ajedrez por equipos en París, durante los Juegos Olímpicos de Verano. El 20 de julio de 1924, después de la última ronda del torneo, 15 delegados firmaron el acta constitutiva de la Federación Internacional de Ajedrez, Fédération Internationale des Échecs (FIDE), el rumano Ion Gudju siendo uno de los firmantes. Después de regresar de París, el joven Ion Gudju viajó por todo el país para hablar con los representantes de los círculos de ajedrez en la Gran Rumanía sobre el establecimiento de una federación nacional. Ștefan Baciu cuenta lo que siguió:

    «El 4 de enero de 1925, representantes de 26 círculos de ajedrez formaron el Comité Provisional de la Federación Rumana de Ajedrez. Eligieron al presidente de este comité, Adam Hențiescu, una personalidad de la época, que también era el presidente del Círculo de Ajedrez de Bucarest. Nacido en Transilvania, Adam Hențiu, de 21 años, cruzó las montañas para luchar en la Guerra de Independencia de 1877. Después de la guerra, cambió su apellido de Hențiu a Hențiescu y se estableció en Bucarest, donde se graduó de la Universidad, obteniendo el diploma de farmacéutico. Fue promotor de la unión de Transilvania con el Reino de Rumanía, luchó como voluntario en la Primera Guerra Mundial. Desafortunadamente, Adam Hențiescu falleció antes de que se creara realmente la Federación Rumana de Ajedrez. Entre los miembros del Comité de la Iniciativa se encontraba Alexandru Tyroler, de Timișoara, que en 1926 ganó el primer título de campeón nacional en la historia del ajedrez rumano. Entre los jugadores buenos de esa época también podemos mencionar a Nicolae Brody del Cluj y a Janos Balogh de Miercurea Ciuc, que se quedaron en la historia del ajedrez con una defensa que lleva su nombre. El Comité de la Iniciativa también incluyó a profesores universitarios, abogados y políticos».

    En 1925, se establecieron círculos de ajedrez en ciudades, escuelas secundarias y universidades de la Gran Rumanía, 9 de ellos en Bucarest. El acta constitutiva de la Federación Rumana de Ajedrez se hizo oficial en Bucarest, el 14 de marzo de 1926, en el primer congreso de la Federación Rumana de Ajedrez. La crisis económica de 1929-1933 también tuvo un impacto en el movimiento ajedrecístico en Rumanía y en 1932 y 1933 ya no se organizó el campeonato nacional individual masculino. El equipo rumano, después de una presencia constante en las primeras ediciones de las Olimpiadas de Ajedrez, no participó en las ediciones de 1937 y 1939.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Gaceta de Matemáticas

    Gaceta de Matemáticas

    Los cinco fundadores fueron los ingenieros Victor Balaban, Vasile Cristescu, Ion Ionescu, Mihail Roco e Ioan Zottu. Después de la muerte prematura de Balaban, el grupo cooptó a la matemática Constanța Pompilian. Pronto, los ingenieros Tancred Constantinescu, Emanoil Davidescu, Mauriciu Kinbaum y Nicolae Niculescu y los matemáticos Andrei Ioachimescu y Gheorghe Țiţeca también se unieron a este primer grupo.

    En sus 129 años de publicación ininterrumpida, Gaceta de Matemáticas ha sido el ágora en la que se han expresado los mejores matemáticos, investigadores, profesores, ingenieros, economistas, estudiantes y alumnos rumanos y otros amantes del campo. Además, en las páginas de la revista también hay nombres de matemáticos extranjeros. Gaceta de Matemáticas educó a generaciones de entusiastas y organizó competiciones. Al principio, la revista apareció en 16 páginas y con una tirada de 144 ejemplares que se vendían por suscripción. Luego, el número de compradores creció, alcanzando su mayor tirada en los años 80, cuando una edición llegaba a los 120 mil ejemplares.

    Con esta tradición, la revista Gaceta de Matemáticas es también una fuente de investigación sobre la evolución de la educación en Rumanía. El matemático y escritor Bogdan Suceavă señala la riqueza que la Gaceta ofrece en este sentido.

    «El hecho de que haya una base de datos en la que hay muchos problemas, durante 129 años, significa que se pueden mirar varias capas históricas, diferentes formas de pensar sobre la educación, diferentes maneras de encontrar problemas apropiados para un cierto rango de edad. Estos modelos se encuentran en la Gaceta. Durante más de un siglo, ha habido suficientes ejemplos, se han probado bastantes estrategias y, de esta manera, hemos visto cómo responde una población interesante. El hecho de que tengamos tantos ejemplos, tantas formas de pensar sobre la Gaceta, nos permitirá ver cómo esta experiencia es de interés en un marco más amplio».

    En su larga historia, que continúa hoy en día, la Gaceta de Matemáticas ha tenido altos estándares y ha fomentado permanentemente el pensamiento creativo. Bogdan Suceavă recuerda semejante episodio de pensamiento original:

    «Un caso interesante fue el de Sebastian Kaufman, que olvidó algunas fórmulas de trigonometría en el examen oral. Fue criticado en el editorial, no se le podía dejar. No hay problema, Kaufman aprende trigonometría y termina haciendo investigación utilizando técnicas que tienen que ver con coordenadas polares. Su obra aparece unos meses antes de que Rumanía entrara en la Primera Guerra Mundial. ¿De qué se trataba? Así como tenemos la fuerza del punto con respecto al círculo, que es un concepto introducido por Jakob Steiner en 1826, podemos tener la fuerza del punto con respecto a una curva algebraica plana. Propone que se escriba con coordenadas polares y vamos a ver qué pasa. Fue una obra extraordinaria escrita por un destacado estudiante de secundaria. Este era el ambiente de la Gaceta. Se está preparando para la competición, para el concurso de la Gaceta, se está reuniendo con los evaluadores, está lejos de ser perfecto. Se le critica y mejora y a partir de este entorno aparece algo creativo. El mismo problema de Kaufman se estudiaría después de la Segunda Guerra Mundial, y en otras referencias no creo que encontremos nada más publicado antes de 1956. El hecho de que un estudiante de secundaria estuviera haciendo algo así en Bucarest es notable».

    El nombre de Gaceta de Matemáticas también está vinculado a la Olimpiada Internacional de Matemáticas, una prestigiosa competición. Rumanía ha participado en todas las ediciones hasta ahora y ha ganado 78 oros, 146 platas, 45 bronces y 6 menciones. Por lo tanto, ocupa el sexto lugar en el ranking de todos los tiempos. Rumanía ha acogido 6 ediciones, en 1959, 1960, 1969, 1978, 1999 y 2018. A continuación, Bogdan Suceavă:

    «La iniciativa de las Olimpiadas Internacionales perteneció a la Sociedad Rumana de Ciencias Matemáticas y Físicas, las discusiones tuvieron lugar entre 1956 y 1959. La primera edición fue en el año 1959. En ese momento, el presidente de la sociedad era Grigore Moisil, los vicepresidentes eran Caius Iacob y Nicolae Teodorescu. Esto sucedió durante ese período y, desde el punto de vista político, en aquel entonces no era fácil organizar un evento internacional, había varias limitaciones. La primera de ellas era obtener todas las aprobaciones necesarias. La segunda eran los contactos internacionales y el nivel de prestigio para iniciar un proyecto internacional de tal envergadura. Su generación tuvo como modelo el concurso Gaceta y si comparamos el formato, inicialmente esta era la idea: no se les daban muchos problemas para resolver en muy poco tiempo, sino problemas que requerían mucho tiempo de reflexión, aproximadamente una hora y media por problema. Esta era la idea inicial y era muy similar a lo que se había intentado antes».

    La Gaceta de Matematicas es la publicación de referencia de los matemáticos rumanos, de la escuela rumana de matemáticas. Es matemática, pero también es educación, historia, mentalidad colectiva, relevo generacional. Y, sobre todo, es una tradición que continúa.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • La Revolución rumana para los jóvenes

    La Revolución rumana para los jóvenes

    Diciembre es el mes en el que, desde 1989, los rumanos conmemoran la caída del régimen comunista, el que anuló sus derechos, libertades e incluso la esencia del ser humano durante casi medio siglo. Ellos conmemoran aquel diciembre de 1989 porque la vuelta a la normalidad se hizo a través del derramamiento de sangre, ya que el régimen comunista salió de la historia mediante la violencia, del mismo modo que había entrado en ella.

    La carga pública emocional disminuye y la distancia temporal contribuye a una relación cada vez más fría con lo que era hace 35 años. Las nuevas generaciones de rumanos miran el mes de diciembre de 1989 con la curiosidad de quien no ha vivido un momento histórico, con el desapego de quien no ha sido afectado por los efectos. Lo preocupante es que muchos jóvenes de hoy no se dan cuenta de lo que significó el régimen político que los jóvenes de 1989 arrojaron al basurero de la historia. Aún más preocupante es el hecho de que muchos jóvenes no ven ningún problema en vivir lo que vivieron sus abuelos y padres. Pero los jóvenes de hace 35 años quieren contar a las generaciones actuales cuál fue el significado de sus hechos.

    La historiadora y escritora Alina Pavelescu, de la generación que hizo la revolución de 1989, escribió el volumen La revolución de 1989 contada a los que no la vivieron. Le preguntamos si hay un mensaje de 1989 para la posteridad y si su generación había logrado concebirlo.

    «Obviamente, deberíamos haberlo hecho, encontrarnos a nosotros mismos y darle sentido a lo que nos ha sucedido en los últimos 35 años. No hemos sido capaces de hacerlo hasta ahora y sólo podemos esperar que seamos más sabios a partir de este momento. Solo podría ofrecerles mi testimonio personal, de una persona que sintió que todavía tenía una gran carga emocional hacia este tema, 35 años más tarde. Cuando digo que esta carga emocional que tenemos y seguimos sintiendo, todos los que fuimos testigos directos de la Revolución de 1989, digo que es la que nos impide ver las cosas con claridad. Pero, al menos, podemos contar honestamente nuestras historias de tal manera que las personas más jóvenes que nosotros entiendan cómo la Revolución de 1989 los cambió. Yo digo que cambió sus vidas para mejor, y que ellos encuentren sentido para nosotros, si no podemos hacerlo».

    Alina Pavelescu sintió que tenía algo que decir a la generación de hoy y a las que están por venir sobre el año 1989. Y considera que la manera más adecuada de dirigirse es a través de un volumen.

    «En primer lugar, me propuse estimular el pensamiento crítico de los jóvenes. Me doy cuenta de que se enfrentan a diferentes historias y diferentes versiones, y que probablemente se estén preguntando dónde está la verdad entre todas estas versiones. Y luego, lo primero que hice fue presentarles todas las teorías e hipótesis que identifiqué en los discursos sobre la revolución, con sus pros y sus contras. Pero, reconozco, que en el epílogo de este volumen no pude evitar decirles que la Revolución de 1989 fue, en efecto, una revolución porque cambió radicalmente la vida de todos nosotros. Le debemos la libertad de los últimos 35 años, aunque no supiéramos muy bien qué hacer con esta libertad y siempre tuviéramos la sensación de que alguien nos la había robado delante de nuestras narices. Pero aun así, el hecho de que la tengamos, de que todavía no la hayamos perdido, es algo que le debemos a la Revolución de 1989 y a la gente que se sacrificó entonces, que se enfrentó las armas de la calle y murió».

    Con las habilidades de un escritor y de un historiador, Alina Pavelescu escribió sobre el año 1989 enfrentándose a percepciones contradictorias y combinando exigencias profesionales, recuerdos personales y juicios de valor.

    «Un historiador debe ofrecer una historia coherente y verídica o lo más cercana posible a la verdad, lo más cerca posible de la intersección de la verdad de algunos acontecimientos. No necesariamente tiene que dar lecciones o dar lecciones más allá del ejemplo personal que todos tenemos derecho a usar. Pero me temo que en Europa del Este y en Rumanía, donde la historia es con demasiada frecuencia el terreno de luchas políticas en las que las identidades y la forma en que definimos nuestras identidades son siempre objeto de la competitividad política, los historiadores, por mucho que tengan que estar en su torre de marfil, nunca podrán permanecer realmente allí. Y luego, si este es el contexto en el que vivimos, creo que lo más honesto para nosotros es asumir este contexto y tratar de hacer las cosas lo mejor posible desde nuestra perspectiva y desde la perspectiva del contexto en el que vivimos. No creo que debamos encerrarnos en la torre de marfil o no creo que la torre de marfil sea una opción realista. Al mismo tiempo, no debemos permitir que otros conviertan nuestro objeto de estudio, es decir, la historia, en un terreno en el que luchan los políticos».

    El año 1989 seguirá siendo, por mucho tiempo que pase y por muchas percepciones, uno de gracia. Él es, queramos o no, la línea divisoria entre lo que es detestable y lo que es bueno en este mundo.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Treinta y cinco años desde el inicio de la Revolución Rumana

    Treinta y cinco años desde el inicio de la Revolución Rumana

    Se ha dicho tanto que el tema parece que se ha agotado. Pero los historiadores siempre explicarán e interpretarán los significados de tal proceso. La Revolución Rumana de diciembre de 1989 es el momento de referencia de la historia reciente de Rumanía, es el punto cero de un eje en el que se han marcado las gradaciones de la historia desde ayer, anteayer y hasta hoy.

    El 16 de diciembre de 1989 comenzó una pequeña protesta en Timișoara que formará una avalancha de manifestaciones como una bola de nieve. La tormenta que se desató en todo el país conducirá, el 22 de diciembre, a la destitución de Nicolae Ceaușescu y su régimen a costa de unos 1150 muertos y 4100 heridos. De los que murieron entonces en Timișoara, a 44 de ellos el régimen trató de eliminarlos: se los llevaron a Bucarest, los metieron en los hornos del crematorio y arrojaron sus cenizas al canal colector en la zona de Popești-Leordeni, al sur de la capital.

    Luego, en Timișoara, los rumanos empezaron a luchar contra todo lo que la política llevada a cabo después de 1945 había significado para los derechos y para una vida mejor. El 16 de diciembre de 1989, muy pocas personas sospechaban lo que iba a suceder los días que se acercaban. El periodista Mircea Carp, uno de los exdirectores de Radio Europa Libre y uno de sus principales animadores, recordó, en una entrevista de 1997 con el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, las expectativas febriles que todos tenían.

    «Después de lo que sucedió en Braşov en 1987, siguieron los años 88-89, años en los que el Telón de Acero se derrumbaba, en los que los acontecimientos se precipitaban, en Alemania Oriental, en Polonia, en Hungría, en Checoslovaquia. Solo en nuestro país las cosas parecían no moverse. Ceauşescu parecía tener el control de la situación, tanto que incluso pudo realizar una visita oficial a Irán, desde donde regresó, informado de que estaban ocurriendo cosas graves en el país. Pero Ceauşescu, sin embargo, no creía que su posición estuviera en peligro». 

    Europa en 1989 estaba en ebullición, y la aparición de Solidaridad en la arena política polaca en la primavera fue la señal del regreso a la vida. Hasta diciembre, en toda Europa Central y Oriental, los vientos del cambio, como dice la letra de la famosa canción de la banda Scorpions, no podían detenerse. Para Mircea Carp, el inicio de la revolución rumana en Timișoara fue el cumplimiento de un deseo ardiente, pero también un golpe.

    «Llegó diciembre de 1989 y con él la primera chispa, los acontecimientos de Timişoara. Debo decir que nos tomaron por sorpresa en cuanto al momento en que tuvieron lugar, porque, por supuesto, nos habíamos preparado tanto espiritualmente como desde el punto de vista de la organización de los programas sobre un posible cambio de régimen en Rumanía. Pero, en sí, el 16 y el día siguiente del 17 de diciembre de 1989 llegaron inesperadamente para nosotros. En cuanto a mí, estaba de permiso por un corto tiempo, ni siquiera estaba en la oficina esos días. El primero en transmitir lo que estaba sucediendo en Timişoara fue mi colega Sorin Cunea. A partir del 18 de diciembre, nos organizamos y empezamos a trabajar en equipo y a trabajar las 24 horas del día. Trabajamos en equipos de 3 o 4 personas, sin parar, preparando todos estos programas con mucha prisa solo sobre la base de la información que teníamos de las agencias de prensa extranjeras, de algunos viajeros en Rumanía».

    Los rumanos, que habían vivido durante tantas décadas en miedo y humillación, tenían un apoyo moral muy importante en las emisoras de radio en rumano. Mircea Carp dijo que durante los días de la liberación de Timișoara, él y su emisora cumplieron con su deber lo mejor que pudieron.

    «Cuando comenzó la revolución, por supuesto que estábamos atentos a las otras emisoras de radio y a Europa Libre, tal vez en primer lugar a Europa Libre. Pero, en cualquier caso, en realidad no contribuimos al desencadenamiento de los acontecimientos de diciembre a través de programas incendiarios, a través de programas que alentaran a la población a levantarse contra el régimen. Tal vez hubiera sido mejor, tal vez hubiera sido peor. Lo que quiero decir es que el gobierno estadounidense, estoy hablando de la Voz de América o Europa Libre, no habría permitido de ninguna manera una acción de parte de nuestras emisoras de radio, una acción que llevara a una revolución sangrienta, una revolución que costara vidas humanas y destrucción».

    El 16 de diciembre de 1989, hace 35 años, comenzaron a escribir en Timișoara el libro sobre la historia reciente de Rumanía. Un nuevo libro que será leído y entendido por aquellos que quieran saber por qué Rumanía es hoy tal como es.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • El Partido Comunista Rumano en ilegalidad

    El Partido Comunista Rumano en ilegalidad

    Así, el extremismo de izquierda y de derecha, el comunismo y el fascismo, monstruosas creaciones de la guerra, llegaron a dominar la mente de muchas personas. Una peculiaridad de la Gran Guerra fue que ni los vencedores podían disfrutar de su victoria ni los vencidos renunciaban a la venganza. Fue necesaria la Segunda Guerra Mundial para que las energías destructivas se consumieran.

    Los nuevos estados que surgieron después de 1918 tomaron medidas contra el extremismo y para asegurar las fronteras. El Reino de la Gran Rumanía, también creación del sistema de Versalles, tomó duras medidas para liquidar las manifestaciones extremistas que ponían en peligro su existencia y funcionamiento.

    El 6 de febrero de 1924, hace más de 100 años, el gobierno liberal dirigido por Ion I. C. Brătianu adoptó la ley sobre personas jurídicas en base a la cual las organizaciones extremistas eran ilegales. Las dos principales organizaciones atacadas fueron la Liga para la Defensa Nacional-Cristiana, de extrema derecha, fundada en 1923, y el Partido Comunista Rumano, de extrema izquierda, fundado en 1921. El artífice de la ley, de quien tomó su nombre, fue el ministro de Justicia Gheorghe Gh. Mârzescu, abogado y alcalde de Iași durante los años de la guerra.

    Si la extrema derecha se reinventó en 1927 con la fórmula del Movimiento Legionario y pudo funcionar legalmente con éxito de parte del público a finales de los años 30, la extrema izquierda, la agencia de Moscú en Rumanía, permaneció prohibida hasta 1944. Al final de la Segunda Guerra Mundial, después de que la Unión Soviética ocupara Rumanía y llevara al PCR al poder, los pocos miembros del partido se hicieron famosos por haber pertenecido a una organización prohibida. Se les llamaba ilegalistas y eran tanto los que estaban en las cárceles como los que, escondidos, en libertad, seguían las instrucciones de Moscú.

    Uno de los ilegalistas fue Ion Bică. En el archivo del Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana hay una entrevista suya de 1971 en la que contó cómo desde el campo de Târgu Jiu, donde se encontraban algunos de los militantes comunistas, escaparon en abril de 1944 con la ayuda de algunas personas de la administración.

    «El partido había logrado establecer una estrecha conexión entre los militantes de fuera y los militantes de las prisiones y los campos. Se iba a enfrentar a una situación difícil. A medida que los ejércitos de Hitler recibían golpe tras golpe, la actividad del partido se intensificó en el país. La conexión entre los comunistas de adentro y de afuera se hacía a través de personas sencillas que realizaban ciertos trabajos en la administración del campo. Por ejemplo, hubo mujeres que, con la abolición del campamento, se fueron a diferentes localidades del país y a Bucarest. Había mujeres que gozaban de la confianza de los comunistas, eran las portadoras de las notas, de la correspondencia entre los comunistas de fuera y los de dentro, así como entre los de dentro y los de fuera».

    Anton Moisescu también era ilegalista y en 1995 contó en qué consistía su actividad antes y durante la guerra:

    «Antes seguía haciendo la actividad del partido ilegalmente, pero trabajando en la fábrica y con mi nombre real, conocido por todos, pero desconocido como militante del partido o activista de la Unión de Jóvenes Comunistas. Esta vez, sin embargo, tuve que cambiar mi nombre y no mostrar mi cara por ningún lado, para que ninguno de nuestros agentes se encontrara conmigo o me detuvieran de inmediato. Y luego, vivía en casas conspirativas, hacía la actividad de noche, salía a reuniones solo de noche. Me buscaban, pero la Seguridad del Estado no me encontraba por ningún lado».

    Anton Moisescu también se refirió a los medios de subsistencia que tenía un ilegalista:

    «Vivíamos de la ayuda del personal activo de la capital. La gente recogía algo de dinero para nosotros porque éramos pocos, no éramos muchos los que estábamos en esa situación. Los demás miembros del partido y simpatizantes estaban juntando dinero para los presos políticos, yo también me encargaba de eso, con el Socorro Rojo: ropa, comida, alimentos, dinero. Les dábamos lo que recogíamos a través de sus familiares, lo enviábamos a las cárceles. También recaudaban para nosotros. Teníamos una casa segura para vivir, normalmente no teníamos nada para alquilar, no teníamos ninguna casa a nuestro nombre. Era la casa de un simpatizante donde nos quedamos un tiempo. Como algo sospechoso nos parecía, nos fuimos a otra casa de otro simpatizante y así sucesivamente. Siempre estuvimos en casas conspirativas desconocidas para la Securitate, con personas que tampoco eran conocidas como activistas, sino solo como nuestros simpatizantes».

    El período de ilegalidad en el que operó el PCR, entre 1924 y 1944, fue uno en el que el Estado rumano se consolidó legislativa, administrativa, política y económicamente. Y la ley Mârzescu fue el instrumento por el cual no se permitió que el extremismo, de derecha e izquierda, secuestrara el desarrollo de un Estado que había pagado con grandes sacrificios lo que había obtenido.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • El centenario Eugen Lovinescu

    El centenario Eugen Lovinescu

    En 2024, la cultura rumana rinde homenaje a uno de sus representantes más importantes, el historiador y crítico literario Eugen Lovinescu. Nacido en 1881 en Fălticeni, en el norte de Rumanía, y fallecido en 1943 en Bucarest, a Lovinescu se le atribuye, entre otras cosas, el enorme libro Historia de la civilización rumana moderna, en tres volúmenes. Publicado en 1924-1925, cien años después de su publicación, el libro representa su visión de las sociedades pequeñas que tienden a sincronizarse con las grandes.
    El autor, un convencido seguidor de los valores occidentales, expone la ley de la imitación, mostrando cómo las sociedades atrasadas se ven influidas por las avanzadas. La tendencia de la civilización es, según Lovinescu, la del sincronismo de las sociedades atrasadas con las avanzadas.
    Desde su aparición, el libro de Lovinescu ha ganado cada vez más importancia para la sociedad rumana. En los últimos 100 años, la tesis del sincronismo de Lovinescu ha sido atacada y defendida.
    Ahora, de nuevo en la atención del público, según Ion Bogdan Lefter, profesor de literatura rumana en la Universidad de Bucarest, el libro merece un homenaje debido a su complejidad que va más allá de la de cualquier historia literaria.

    «La pregunta que seguramente me he hecho es ¿por qué este libro? Y por supuesto podemos dar una serie de respuestas que tienen varias capas. La primera respuesta es la extraordinaria importancia de la figura del autor, de Lovinescu. Quiero añadir que, para mí, es el crítico literario rumano más importante de todos los tiempos, incluso la figura clave de la cultura rumana desde 1900. La segunda capa de la respuesta es quizás más convincente, en el sentido de que no implica valorización y, posiblemente, subjetividad. Está relacionado con el perfil de este libro en relación con el tema y en relación con el mundo rumano de hoy. Lovinescu fue un crítico literario, su relevancia multidisciplinar es indiscutible».

    Ion Bogdan Lefter cree que el texto de Lovinescu merece ser actualizado. Es sabido que todo texto es producto de su tiempo y va envejeciendo con el paso de los años. Lefter sostiene que Lovinescu puede leerse con ojos del siglo XXI.

    «El sincronismo es, ha sido y sigue siendo una forma de globalización. La globalización es una forma de sincronización. Reducir brechas, participar en concursos, alinearse también definen microprocesos. Si estamos hablando de una sola nación o de una región, todavía estamos, desde el punto de vista planetario, en una escala micro. O si miramos a una gran escala planetaria, no del todo macro, los fenómenos son en realidad homólogos, con muchos matices y con muchos ajustes finos que tenemos que añadir, obviamente. Y luego, tal vez Lovinescu y la idea que generó extensas reflexiones culturales relacionadas con la historia de la civilización rumana moderna también tengan un significado contemporáneo e incluso proyectivo, natural. Esto lo digo sin el objetivo de hipertrofiar la imagen de Lovinescu como profeta de la globalización».

    La dirección en la que va la civilización humana nunca ha dejado indiferentes a las personas interesadas en las modas y las tendencias. Como la cultura y la civilización no pueden separarse, hoy escuchamos opiniones sobre ellas que provienen del pasado y se reevalúan según las ideas del presente.
    Ion Bogdan Lefter, partiendo de las declaraciones de Lovinescu, afirma que el curso de la humanidad puede verse más como el resultado de acumulaciones graduales que de impulsos extremos y espontáneos.

    «Tomo muy en serio la idea de la gradualidad en la evolución, que implica en primer lugar continuidades. Las continuidades pueden ser más lentas o más rápidas, los ritmos pueden acercarse a la continuidad, la idea de continuidad puede ser más cercana a la de ruptura. No excluyo la idea de ruptura, hay momentos de ruptura. ¿Son tan radicales como solemos formularlos? ¿O forman parte de procesos más amplios de evolución, de continuidad, de gradualidad, que también incluyen retrocesos, incluyen fracturas y renovaciones y así sucesivamente? En cualquier caso, yo usaría con mucha más cautela, con menos frecuencia, calificativos que, por supuesto, retóricamente, son fuertes y útiles, calificativos como rupturas radicales».

    Autores como Eugen Lovinescu, que traspasaban los límites de las disciplinas en las que se especializaban, eran poco frecuentes. Ion Bogdan Lefter cree que los tiempos históricos por los que atraviesan las sociedades tienen espíritus que los entiendan.

    «Lovinescu avanza muy rápidamente hacia la comprensión de que la literatura no puede entenderse, e incluso no existe, sin su carácter histórico. No hay historia de la literatura sin el trasfondo de la historia social, de la gran historia. Es, de hecho, una hipóstasis de los que entienden, de los que entendieron en su momento, en todos los ámbitos socioculturales. Pero el debate público implica, en primer lugar, el discurso. La discursividad, la redacción, la escritura expresiva son de libre acceso, se pueden utilizar por profesionales de todos los campos. Pero, obviamente, los escritores también se están preparando para esto, incluso son los profesionales del discurso público»

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    Hace cien años, Eugen Lovinescu dejó como herencia un gran libro a la cultura rumana. Era tanto un libro de la identidad de la sociedad rumana como un libro de su desarrollo.

    Versión en español: Mihaela Stoian

  • Prisioneros soviéticos en Rumanía

    Prisioneros soviéticos en Rumanía

    Un año antes, en junio de 1940, tras dos ultimátum al gobierno rumano para que cediera, había ocupado Besarabia y el norte de Bucovina, territorios rumanos al este y al norte. Como en toda guerra, tras las operaciones militares también resultaron prisioneros.

    El ejército rumano capturó a 91 060 soldados soviéticos entre el 22 de junio de 1941 y el 23 de agosto de 1944. De ellos, el 90%, es decir, 82 057 personas, fueron enviadas a 12 campos de Rumanía. Según el diccionario compilado por los historiadores Alesandru Duțu, Florica Dobre y Leonida Loghin, titulado El ejército rumano en la Segunda Guerra Mundial, de los internados en los campos, 13 682 que eran de origen rumano de Besarabia y el norte de Bucovina fueron liberados. Otros 5223 murieron y 3331 lograron escapar.

    El 23 de agosto de 1944, Rumanía abandonó la alianza con Alemania y todavía había 59 856 prisioneros soviéticos en su territorio, de los cuales 2794 oficiales y 57 062 suboficiales y soldados. Étnicamente, 25 533 eran ucranianos, 17 833 rusos, 2497 calmucos, 2039 uzbekos, 1917 turcos, 1588 cosacos, 1501 armenios, 1600 georgianos, 601 tártaros, 293 judíos, 252 polacos, 186 búlgaros, 150 osetios, 117 azerbaiyanos y varias docenas de otras etnias en menor número.

    Los documentos muestran que los prisioneros soviéticos en Rumanía fueron tratados de acuerdo con la legislación internacional vigente. Al comienzo de la guerra, las condiciones eran precarias, lo que causó la mayoría de las muertes. Pero mejoraron rápidamente, y los informes de las comisiones de control del ejército rumano registraron progresos. Encarcelaron a los prisioneros soviéticos en campos, se les proporcionó alojamiento, comida, higiene y atención médica, se les interrogó y se les dio la oportunidad de trabajar.

     

    El coronel Anton Dumitrescu participó en el acto del 23 de agosto de 1944, siendo él y cuatro suboficiales los que arrestaron al mariscal Ion Antonescu y al viceprimer ministro Mihai Antonescu. En una entrevista de 1974 en el archivo del Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, recordó cómo, antes del arresto de Antonescu, le habían enviado a recopilar información sobre el centro de prisioneros soviéticos en Slobozia. Los servicios de inteligencia rumanos se habían enterado de que los alemanes lo estaban preparando como un lugar para iniciar operaciones contra el ejército rumano en caso de fracaso.

    «En Slobozia había un gran centro para prisioneros rusos. Los alemanes habían guarnecido todo el campo con tropas de Vlásov. Estas eran los rusos que, dirigidos por el general Vlásov, habían hecho un pacto con los alemanes. Y vestidos con uniformes alemanes, luchaban contra los rusos. O, por la información que teníamos, los alemanes querían estar seguros en ese centro por si nos pasaba algo para que los rusos de Vlásov hicieran un pacto con los rusos y lucharan contra nosotros. Había tenido contacto con las tropas de Vlásov en el Cáucaso cuando, de hecho, no sabían cómo rendirse porque los soviéticos los habrían matado. Estaban muy decididos a luchar. Toda la zona estaba llena de refugiados de Moldavia y Besarabia y no vi a ningún Vlásov».

    El ingeniero Miron Tașcă trabajó en la fábrica franco-rumana de Brăila, que tenía una producción mixta, civil y militar. En 1995, Tașcă se acordó de los prisioneros soviéticos que habían trabajado en la fábrica de Brăila y de lo que les ocurrió tras la entrada de los soviéticos en Rumanía.

    «Durante la guerra, también trabajamos en la fábrica de Brăila con varios prisioneros. Los trataban muy bien y no trabajaban en máquinas, hacían trabajos manuales, descargaban y cargaban materiales y limpiaban. Los soviéticos liberaron a estos prisioneros y los llevaron a Rusia. En el momento en que se los llevaron, también supieron que tenían que irse. Uno de ellos, que me dijo que era uzbeko, me dijo que no quería volver a la URSS. Me pidió que hiciera todo lo posible para mantenerlo allí, era un chico trabajador, callado y tranquilo. Por supuesto, esto no fue posible. Los prisioneros fueron investigados, numerados, completamente controlados, y luego se fue, el pobre hombre. Pero fue él quien no quiso volver en absoluto. Probablemente otros que pensaban lo mismo tampoco lo querían. Probablemente no sabían lo que les esperaba entonces, pero este hombre dijo desde el principio que no quería volver».

    Cristinel Dumitrescu, alumno en la escuela militar durante la guerra, dijo en 1998 que antes de ver a los soldados soviéticos después de 1944, los había visto como prisioneros.

    «Había visto rusos antes, eran prisioneros. Había entre 10 y 20 prisioneros rusos en nuestro país que trabajaban libremente. Se alojaban en el puesto de gendarmes y se ocupaban de limpiar las carreteras, las zanjas, paraban en casas particulares y trabajaban allí, conseguían comida y demás. Después del 23 de agosto de 1944, los primeros en huir fueron estos rusos, pero no hacia el Este, sino hacia el Oeste. Porque sabían lo que venía».

    La historia de los prisioneros de guerra soviéticos en Rumanía es poco conocida. Es esa historia la que espera pacientemente llegar a la conciencia de la memoria pública.

    Versión en español: Mihaela Stoian